lunes, 21 de enero de 2008

Del conocimiento a la toma de conciencia

Por Michel Odent.

Homo Ecologicus
Preguntas para nuestro tiempo

 
La “Cientificación del amor” se desarrolla en la época cuando ciertos comportamientos destructores, incluidos los comportamientos autodestructores son de actualidad. Los suicidios de los adolescentes, las toxicomanías la criminalidad juvenil y otras formas de violencia son hoy en día las causas mayores de invalidez entre los que nacen en el curso de los últimos decenios del siglo XX.

La “Cientificación del amor” coincide también con una repentina toma de consciencia de la vulnerabilidad de la Tierra. La toma de consciencia ecológica a sido inducida por una acumulación de síntomas de sobrecarga planetaria. Ninguna persona puede ignorar las alteraciones de la composición de la atmósfera, el calentamiento del planeta, la alteración de los climas o las modificaciones de la capa de ozono. Todos nosotros sabemos que ciertos recursos están en vía de extinción, en particular en el dominio de las energías fósiles. La palabra “desertificación”, como muchas palabras que utilizan el sufijo “-ación” han ingresado en el vocabulario corriente. Han desaparecido numerosas especies de animales y de vegetales o están en vía de extinción. La contaminación de las cadenas alimentarias terrestre y marina deben ser constantemente reevaluadas.
Hoy en día todos tenemos en nuestro cuerpo centenas de substancias sintéticas que no existía hace 50 años. Muchas de entre ellas son substancias policloradas liposolubles que tienen un vida larga y que se acumula en el curso de los años en los tejidos adiposos (ciertas familias son bien conocidas, tales como los PCBs (Bifenilos Policlorados), las dioxinas, los furans (oxido de divinilo), los PCDDs (Dibenzo dioxinas policlorados, etc). Un conjunto de datos emitidos por perspectivas múltiples y extranjeras los unos y los otros indican que la contaminación intrauterina representa el aspecto mas preocupante de los efectos de este tipo de contaminación sobre la salud humana. Las advertencias han venido de investigadores que querían al origen evaluar los efectos a largo término sobre el desarrollo psicomotriz e intelectual de la contaminación de la leche humana y quienes de hecho se dieron cuenta que era la contaminación intra uterina la que importaba. Han venido de dentistas que evaluaron lo que ha sido el grado de contaminación intra uterina producida por los policlorados examinando los molares de los niños. Han venido de aquellos que han revelado que el sistema genital masculino de la especie Homo está en peligro (baja tasa de espermatozoides, número creciente de chicos teniendo anomalías de pene o de testículos no descendidos, aumento del número de cáncer de testículo). Han venido indirectamente por medio de datos demográficos revelando que al nacimiento, el número de muchachos tiende a disminuir. Esto se explica por el hecho que cada vez más los fetos masculinos son eliminados por abortos naturales. Un enorme estudio japonés reveló que en 1966, entre la 12 y 15 semana de gestación, 2,54 fetos niños se perdían por un feto niña; en 1976, eran 3,1 por uno, en 1986 6,17 por uno y en 1996 10,01 por uno!. Solo la contaminación intra uterina puede explicar este fenómeno. No hay tema más preocupante que este para aquellos que se interesen en la salud de las generaciones a nacer.


Respuestas para nuestros tiempos
Es habitual de subrayar que no se resolverá la crisis ecológica sin cambiar las estructuras sociales y políticas, sin reorientar la investigación científica, sin desarrollar tecnologías apropiadas, sin transformar los intercambios comerciales y los principios de la economía y sin introducir nuevos sistemas filosóficos. No es habitual, por el contrario, de sugerir que la solución del conflicto entre la humanidad y el Planeta Tierra implica en primer lugar una transformación del Homo – un tipo de mutación genética iniciada por la necesidad, la razón y el conocimiento científico.

Si el planeta queda habitable- una hipótesis que no hace falta descartar – esto implica que el Homo Superpredador habrá finalmente sido reemplazado por el Homo Ecologicus. El Homo Ecologicus se caracterizará por su tendencia a unificar, por su capacidad a desarrollar una toma de consciencia planetaria y por un profundo respeto por la Madre Tierra.

Finalmente, la solución a todos los problemas urgentes a los cuales la humanidad debe enfrentar exige en primer lugar el desarrollo de los diferentes aspectos de la capacidad de amar, lo que incluye un sentimiento de compasión por las generaciones que no han sido aún concebidas. Es la razón por la cuál la “Cientificación del amor” debe ser considerada como un aspecto esencial de la revolución científica. Una acumulación de datos que da una nueva luz sobre la cadena de sucesos implicados en el desarrollo de la capacidad de amar: el período que rodea al nacimiento representa el eslabón crítico sobre el cuál es posible tratar. La prioridad es de cuestionar la manera de nacer de los bebés humanos de manera que se perturbe lo menos posible el primer contacto entre madre y recién nacido.

Estas consideraciones se sitúan en un contexto que conviene de precisar. En lo que concierne al nacimiento de bebés humanos estamos en una situación sin precedentes.

En efecto todas las sociedades humanas conocidas han siempre más o menos perturbado los procesos fisiológicos, sin embargo, hasta una época reciente, una mujer no podía tener bebés sin segregar un cóctel complejo de hormonas de amor.
Hoy en día por la primera vez en la historia de la humanidad, la mayor parte de mujeres, en casi todos los países industrializados, llegan a ser madres sin impregnarse de estas hormonas. Las mujeres que dan a luz por vía vaginal pueden contar con sustitutos de las hormonas naturales que no son las hormonas de amor (perfusión de oxitocina sintética, peridurales que sustituyen a las segregación de endorfinas, etc.). Otras dan a luz por cesárea. ¿Cual es el futuro de una civilización nacida en tales condiciones? ¿Podrá sobrevivir la humanidad a la obstétrica?.


Los Obstáculos

El obstáculo más importante para el cuestionamiento de las condiciones de nacimiento es una profunda incomprensión, a la escala cultural de la fisiología del parto. Es fácil explicar esta incomprensión. Durante miles de años, todos los grupos humanos han transmitido de generación en generación maneras más o menos sutiles de interferir con los procesos fisiológicos. La socialización de nacimiento estaba a la par con la ventaja que representaba el desarrollo del potencial humano de agresividad, es decir el control de la capacidad de amar.
Esta incomprensión ha sido paradójicamente mantenida por las diferentes escuelas de psicoprofilaxis obstétrica que emergieron en medio del siglo XX. 

La psicoprofilaxis rusa, introducida en los países occidentales por Lamaze, se apoyaba al origen sobre los conceptos de reflejos condicionales desarrollados por Pavlov. Los investigadores rusos habían comprendido que, durante el parto, todas las inhibiciones tienen por orígen esta parte del cerebro tan desarrollado en los humanos que es el neocortex. Pero ellos no comprendieron, en aquella época, que hay un mecanismo fisiológico de protección contra la actividad del cerebro del intelecto: es la puesta en reposo del neocortex y por lo tanto la reducción de su control sobre las estructuras más antiguas, de los cuales el rol es de segregar las hormonas necesarias para las contracciones uterinas eficaces. En lugar de proteger a las mujeres en trabajo contra todo tipo de estimulación neocortical inútiles, su estrategia de reacondicionamiento frecuentemente a tenido por el contrario un efecto de reforzar la actividad del neocortex de las mujeres en trabajo.

Actividadesa habitualmente involuntarias, tales como la respiración, han llegado a ser actividades controladas. Los adeptos de la psicoprofilaxis no han conocido las posiciones y los ruidos más imprevistos que caracterizan a ciertas mujeres en trabajo cuando ellas están “sobre otro planeta”.

En los Estados Unidos, el “método Lamaze” se integro fácilmente a una actitud intervensionista. Esto fue el origen de un vocabulario nuevo que a transmitido una profunda incomprensión del proceso fisiológico.

De este modo las mujeres en trabajo tuvieron la necesidad de “un entrenador”.
En la misma época, el punto de vista de Grantly Dick-Read, en Inglaterra, se apoyaba en las observaciones de un médico experimentado. Read no hacía referencia al neocortex, pero el da una perfecta descripción, con el lenguaje de la época, de efectos de la reducción del control neocortical durante el parto. Para este excelente observador, era evidente que el temor es la causa habitual de los partos largos, difíciles y dolorosos. Según sus teorías, el temor es el origen de tensiones musculares que son ellas mismas la causa del dolor en el parto. En el contexto científico de la primera mitad del siglo XX, el no podía interpretar las relaciones de causa efecto entre el temor, tensión muscular y parto difícil. El no estaba en la medida entonces de explicar que la adrenalina inhibe el parto interfiriendo con la segregación y acción de la oxitocina. El no podía saber que la tensión muscular es un efecto asociado de la segregación de adrenallina. Grantly Dick-Read recordaba que no hay ejemplos de procesos fisiológicos que sean dolorosos y sacaba la conclusión que el parto no debería ser doloroso.

Desde el descubrimiento de las endorfinas, las preguntas se hacen de forma diferente. Hace falta aceptar hoy en día a la vez el concepto de dolor fisiológico y también el concepto de sistema fisiológico de protección contra el dolor.


Esperanza y optimismo:
Del conocimiento a la toma de conciencia
Cuales quieran que sean las dificultades y los obstáculos, la “cientificación de amor” ofrece hoy en día razones de esperar. El conocimiento científico tiene el poder de inducir las necesarias tomas de conciencia. El suceso del “Homo Ecologicus” no es utópico. La humanidad dispone de las llaves necesarias para inventar nuevas estrategias de sobrevivencia.

Fuente: Michel Odent: “L`amour scientifié”, Les Mécanismes de l`amour
Editions Jouvence, Aôut 2001, Traducido por la autora de este blog

martes, 8 de enero de 2008

Matricidio y Estado Terapeútico



La serpiente y la medicina

La serpiente

La serpiente es un reptil que aparece representado con frecuencia en la Antigüedad. En el Génesis (que coincide con la fecha en la que algunos historiadores y arqueólogos datan la generalización de la revolución patriarcal, es decir, aproximadamente, en el 2500 a.j.) la serpiente es el símbolo del mal, del demonio que induce a Eva al pecado y a desobedecer a Yavé, el Señor que representa el bien. Yavé, que había decidido dar una compañera a Adán (¿antes no tenía?), en la misma escena condena a Eva -y con ella, a todas las mujeres- por dejarse seducir por la serpiente a parir con dolor y a vivir bajo el dominio del hombre. Luego enviará a un arcángel con alas y espada para matar a la serpiente: la muerte de la serpiente es el triunfo de Yavé. 2500 años después vuelve a aparecer la serpiente, con la Virgen María, la madre pura que aplasta su cabeza, pues, al parecer, no se la había matado del todo y se hacía necesaria una redención de nuestros pecados, junto con la consagración de la mujer como esclava del Señor y su renuncia a la serpiente.

¿Qué más sabemos de la serpiente? Las guías del Museo Arqueológico Nacional de Atenas dicen a los turistas que la serpiente era el símbolo de la sexualidad de la mujer en la Grecia antigua. Marija Gimbutas, en su obra basada en el estudio de miles de figuras de mujer recogidas en la llamada Antigua Europa y datadas del 6500 al 3500 a.j., y ya en general, todos los estudios de la Antigüedad coinciden en señalar que la serpiente era la representación de la voluptuosidad, de la vida y de la fertilidad impulsada por la libido y los deseos de la mujer. En las ruinas del palacio de Cnossos en Creta, que por ser una isla debió de ser uno de los últimos bastiones de la Antigua Europa que resistió a la revolución patriarcal, aparecieron dos figuras de mujer del 1600 a.j., vestidas con elegantes trajes largos y con escotes que dejan los pechos al aire: una lleva serpientes dibujadas en el vientre y enroscadas en los brazos; la otra, blande en sus manos alzadas sendas serpientes: ¡no nos las quitaréis! ¡No pasaréis! parece querer decir. Y sin embargo, pasaron. Los arqueólogos las han llamado 'diosas de las serpientes', pero podían ser simplemente la representación de dos mujeres de la época. Con el triunfo de la revolución patriarcal y la desposesión de la serpiente de la mujer, aparece el nuevo orden simbólico que ya deja ver por donde van a ir los tiros: el Olimpo se llena de dioses, y entre ellos, Esculapio, dios de la Medicina, que se ha apoderado de la serpiente y que hoy, cual trofeo de guerra, todavía se exhibe en las bolsas de nuestras farmacias.

El control de la capacidad reproductora de la mujer implicó la desposesión de sus deseos y la eliminación de su libido para hacer funcionar la fisiología de su cuerpo, esclavizado y robotizado, según los fines específicos del nuevo orden patriarcal: reproducir esclavos resignados y guerreros insensibles al sufrimiento humano, así como esclavas resignadas y futuras nuevas madres insensibles al sufrimiento de su prole; en lugar de la vida exuberante y pacífica que llegó a existir en los palacios de la sociedades matricéntricas del Neolítico. Hacer que la mujer realice las funciones sexuales sin deseo de forma sistemática, violando sistemáticamente su cuerpo, es la dimensión libidinal del matricidio que da origen a la sociedad patriarcal. El placer que acompaña a las funciones sexuales y que sustentaba las relaciones de apoyo mutuo como garantía de la conservación de la vida, es decir, el impulso o principio del placer que ha conservado la vida, se corta y entonces las funciones sexuales se realizan con dolor, con un tremendo dolor, para hacer funcionar el orden patriarcal de realización y conquista de patrimonios. El cuerpo rígido de la mujer, despiezado y desposeído de la serpiente que le animaba, queda en manos de la Medicina, la ciencia que se ocupa de los cuerpos devastados que han sido privados de su capacidad de auto-regulación. Del hysteron (útero) a la histeria (enfermedad tradicional de las mujeres sometidas al orden patriarcal). De las orgías eleusíacas con hongos y cornezuelo de centeno, a la oxitocina inyectada en vena sobre las mesas hospitalarias: el mismo órgano, la misma química, pero desprovistos de su esencia vital, del deseo de la mujer, de la serpiente.


El nacimiento

La vida humana se ha medicalizado de tal modo que incluso ya antes de nacer, nuestra primera identidad será la de "pacientes". Aunque todavía de nada nos tengamos que curar ya desde el útero deberemos someternos a todo tipo de pruebas que más que con nuestro bienestar tienen que ver con los intereses de la industria médica y farmacéutica. Que nadie piense que los señores que inventaron una máquina que reproduce los latidos de nuestro corazón en una pantalla lo hicieron pensando en nuestra salud; lo hicieron pensando en vender, que es en lo que más se piensa en los últimos tiempos. Se sigue investigando en técnica que descubra nuestro sexo lo antes posible, a pesar de las consecuencias nefastas que ello acarrea. Vender y controlar es el objetivo último por mucho que lo disfracen con otros fines inmediatos.

Las multinacionales de la industria médica y farmacéutica es, quizás, uno de los tinglados más peligrosos por su incidencia en los primeros momentos de la vida humana: no solo porque nuestra indefensión es absoluta y nada podemos hacer para evitarlo, sino por la trascendencia que en esos momentos todo tendrá para el resto de nuestra vida. De adultos podemos llegar a conocer lo pernicioso de muchas de las cosas que se hacen en nombre de la salud y ponerse a salvo, pero desde el útero lo único que una criatura debe poder hacer es patalear en las aguas maternas. Pero lo peor de la invasión médica en los primeros estadios de nuestra vida ha sido desde luego su colaboración en el cumplimiento de la maldición divina de parir con dolor y nacer sufriendo. La industria médica, arma que el Poder financia y utiliza sin escrúpulos ni reparos en los costos en sufrimiento, ha sido especialmente cruel en la usurpación que ha hecho de uno de los momentos más impresionantes y delicados de nuestra vida: el nacimiento.

Porque los partos pueden ser cosas diferentes según si la serpiente habita el cuerpo de la mujer, en qué medida lo habita, y en qué grado está manipulado por la Medicina. Si se produce el deseo de la mujer, entonces el parto es una gran excitación sexual, una inundación de flujos inducidos por esa excitación, una dilatación y una apertura del útero y de todo el canal de nacimiento producidas por las oleadas orgásmicas, y una voluptuosa y mutua caricia. No hay dolor alguno, todo es placer y gozo por la vida renovada. Entre dos partos puede haber la misma diferencia que la que puede haber entre un buen polvo y una violación desgarradora.

Masters y Johnsons dicen que las contracciones uterinas son un elemento esencial de todo orgasmo femenino; Merelo-Barberá, Serrano Vicens, y el Dr.Schebat del Hospital Universitario de París han demostrado la alta tasa de partos orgásmicos incluso en la mujer rígida actual. Existe literatura que recoge relatos de viajeros que han encontrado sociedades en las que las mujeres paren sin dolor. El mismo libro del Génesis nos tenía que haber hecho sospechar algo. Y sin embargo, nos creemos que la maldición divina -el orden patriarcal- es la condición humana.

Según Merelo-Barberá, la mujer se socializa en una ruptura de la unidad psicosomática entre la conciencia y el útero, y tenemos perdida la sensibilidad uterina. Esto se ha logrado primero con infames vituperios hacia nuestro sexo (llamándolo impureza, animal errante, monstruo, etc.) y luego silenciándolo, dejando -como reconocía Groddeck- la voluptuosidad femenina sin nombre. De este modo, el útero que es un órgano erógeno (cuya sensibilidad cualquier mujer puede recuperar practicando la visualización y la concentración en el mismo), una caja de resonancia del placer, que lo expande de los pechos al recto y hasta las puntas de los pies, se queda rígido y tenso. Y al faltar el deseo provocador y motriz del parto, que pondría en marcha toda la potencia de nuestro sistema hormonal y la elasticidad de los músculos uterinos, la mujer necesita ayuda exterior -la Medicina- para que la desgarren y le saquen a empujones, con forceps o cesáreas, a la criatura. Cuando el deseo se ha convertido en miedo, en pánico y en obligación, entonces las contracciones funcionales son dolorosas pues el miedo -y la ignorancia- hace que nos contraigamos en lugar de relajarnos; retener en lugar de abrirnos. Nuestros músculos de mujer pura occidental están rígidos, acorazados, se resisten a las contracciones en lugar de provocarlas y de impulsarlas. El miedo nos deja tiesas y secas, en lugar de húmedas, blandas y dúctiles, como la serpiente, como la vida misma que surgió del agua.

La institución médica no sólo actúa en concreto en cada parto, en cada cuerpo de mujer, manipulando su aparato reproductor como los fontaneros el sistema de tuberías de una casa -comparación que ya viene siendo un dicho popular-; sino que su existencia y sus dictados sirven ante todo para que a nadie se le ocurra que las cosas pudieran ser de otro modo, y que ese otro modo es absolutamente diferente y benefactor. Del mismo modo que el Matrimonio sirve ante todo para que a nadie se le ocurra que el amor pudiera ser otra cosa.

Al negarse el deseo en el acto sexual del parto, no se plantea que este requiere un respeto a la intimidad para que la mujer pueda abandonarse a sus sensaciones y a sus emociones. La intimidad de la mujer es violada sin el menor recato; y con esta violación, incluso en el supuesto que hubiera buena voluntad por parte del personal sanitario, el deseo se inhibe y se impide cualquier posible irrupción del mismo que pudiera tener lugar, a pesar de la educación de la madre. Michel Odent, según la experiencia de varios años en el centro de Pithiviers (Francia) dedicado al parto sin violencia, afirma que cuanto más se le permite a la mujer estar a su aire y sola, más fácil resulta el parto. La violación de la intimidad trae consigo también la imposición de una postura absolutamente inadecuada; postura que la mujer abandonada a su impulso jamás adoptaría; pues el decúbito supino no tiene otro fin que el permitir las manipulaciones de los obstetras, y alarga y estrecha el canal de nacimiento. Si a esto le sumamos anestesias, focos, goteos en vena, órdenes y todo tipo de técnicas agresivas, la separación inmediata del cuerpo materno nada más salir al exterior y el trato deshumanizado a la criatura recién llegada, tenemos que lo que podría ser nuestra primera sonrisa en el mundo se convierte en un llanto largo y desesperado. El miedo y la técnica son dueños del paritorio y la madre exuberante se ha convertido en un campo yermo y en un ser destrozado por el dolor. El acto sexual de dos seres fundidos se ha cambiado por una rutinaria intervención quirúrgica. El grado de insensibilidad necesario para permanecer impermeable a todo este estallido de sufrimiento ha de ser por fuerza muy alto; porque la comisión de atrocidades debe implicar, además de la creencia en que se está haciendo algo útil, la propia muerte emocional para poder realizarlas.

Afortunadamente, profesionales como Leboyer, Odent o Stettbacher entre otros, que han visto la angustia de la proximidad de la muerte en el rostro del recién nacido, y han escuchado su grito; que se han conmovido y se han cuestionado su inevitabilidad, han demostrado durante los años de trabajo dedicados a la recuperación de los nacimientos gozosos, que nacer puede ser un acto placentero y no una lesión a la integridad primaria del ser humano. Los partos sin dolor en tribus y culturas a los que la tecnología médica no ha llegado todavía y en las que, probablemente, la devastación de los cuerpos y la escisión entre cuerpo y alma no ha alcanzado cotas de ruptura total, corroboran lo que vió Bartolomé de las Casas hace 500 años en el Caribe, y son también testimonio de lo que aquí exponemos. Otro tanto podría deducirse de las bajas tasas de mortalidad perinatal y cesáreas en países en los que, como Holanda, Suecia o Noruega, el 4O % de los partos tienen lugar en casa con la asistencia de comadronas, en comparación con las de los países en los que, como en España, se ha generalizado el parto hospitalario. En Holanda nacen por cesárea 6 de cada 100 bebés, mientras que en España estamos ya cerca de 30 de cada 100. Marsden Wagner, ex-presidente de la Organización Mundial de la Salud, hace años que viene haciendo una serie de recomendaciones para cambiar los métodos de asistencia al parto sin que la industria médica española haya hecho el menor caso. Afirma que la anestesia epidural y el uso del monitor han duplicado el riesgo de cesáreas y que la desaparición de las matronas en España ha sido catastrófica.


La crianza

Pero la interesada y malintencionada intervención de la Medicina no se detiene en el parto. También la crianza de la criatura humana está salpicada por el empleo de prácticas y métodos cuyas consecuencias a veces son irreparables. La organización de los "nidos" a los que se lleva a cada bebé en cuanto nace para su inspección médica, rompe la comunicación primaria y necesaria con la madre, impide el 'imprinting' , la regulación hormonal que debiera empezar a desatarse, y desgarra de la forma más absurda y dolorosa el deseo mutuo de dos seres humanos.

Recientemente, en un artículo publicado en el New York Times, Sandra Blakesler recogía las conclusiones de diversos estudios realizados en centros de EEUU sobre la conformación del sistema neurológico de los bebés: después de reconocer que el ADN humano no contiene suficiente información para especificar la estructura final de las conexiones cerebrales, y de confirmar que las dendritas o ramificaciones de las neuronas y las conexiones se multiplican desde el momento de nacer hasta los dos años, explica el hallazgo de numerosos 'moduladores ocultos' en la relación madre-bebé, que regulan la producción de sustancias químicas que a su vez regulan el crecimiento del cerebro, la formación de sinapsis neuronales, la formación del sistema inmune, hormonal, etc. En definitiva, que las emociones en la etapa primal de nuestra vida, y en concreto el contacto físico madre-bebé, moldean el cerebro, el carácter y la capacidad del habla.

¿Qué ha pasado con esta relación madre-bebé en nuestra sociedad occidental?

A la criatura se le ofrecen pezones de plástico y leches artificiales; duerme en cunas separado de la madre, se la transporta en cochecitos, se la ata a sillas especiales para ir en automóvil, se la deja en parques con barrotes, se la baña en su bañera para ella solo, etc. etc. Es decir, todo está diseñado para que ni exista ni se contemple la posibilidad del contacto físico. Las distintas especialidades médicas dictan las normas que cada mujer debe creer y obedecer (y que, al hacerlo, impiden que irrumpa en ella el deseo de hacer las cosas de otro modo), para identificarse con el arquetipo de madre ideal fabricado por teólogos y profetas y por la publicidad de las multinacionales: la que cumple los horarios, la que hierve bien los biberones, la que usa biberones Chicco, leches y papillas Nestlé, cochecitos Jané, chupetes anatómicos para no deformar la mandíbula, etc. etc.

El Scientific American de diciembre de 1995 recoge las conclusiones de las investigaciones del Dr. J. Newman sobre las cualidades de la leche materna. No se trata solo de que esta leche es más nutritiva y está mejor adaptada al proceso digestivo de la criatura, sino que es la única que asegura la continuidad del proceso de formación de su sistema inmunológico específico. Hay razones de peso para pensar que las crecientes y modernas enfermedades alérgicas de nuestra progresada sociedad (que no son sino estados deficitarios del sistema inmune) tienen que ver con el creciente y moderno progreso en los métodos de crianza robotizada.

Las normas sobre frecuencia o cantidad en las tetadas son un indicio de hasta que punto la mujer ha perdido conciencia de sus pulsiones sexuales. Allí donde se recomienda la lactancia materna durante tres meses, se ordena el cómo, cuánto y cuándo, generalizando errores que han estado a punto de dar al traste con esta práctica. Pues la leche materna no puede producirse de modo voluntarioso para el cumplimiento de una normativa, sino por el impulso del deseo de la mujer y la libre demanda de la criatura; por eso, la regulación pediátrica de las tetadas conduce a que la madre deje de producir leche y tenga que pasar a la criatura al biberón incluso antes de los tres meses "porque el bebé se queda con hambre". Hoy, cuando ya se ha demostrado que la leche es de mayor calidad proteínica cuanto más frecuente y larga sea la tetada, en algunos lugares se está empezando a aconsejar el dar de mamar con frecuencia, sin la esclavitud de los horarios; las mujeres acatan estas instrucciones con la misma sumisión con la que antes acataban los intervalos de las tres o cuatro horas malditas. Pero muchas veces no es porque la mujer ha recuperado su sentido común sino porque es lo que algunos pediatras ordenan ahora.

Según se han ido robotizando las funciones sexuales de la mujer, se han ido creando especialidades médicas para abordar los diferentes aspectos de la quiebra de la auto-regulación de la propia vida. Las madres siguen consultando en libros y a especialistas lo que ya está escrito en su corazón, en su cerebro y en sus entrañas; desde cómo se coge a un* bebé en brazos hasta cuánto "afecto" es conveniente suministrarle. Se sigue abandonando la lactancia a los tres meses para ir a trabajar aunque sí haya otro remedio. Se sigue creyendo aquello de que "es normal que los niños lloren", que deben dormir en su cunita y aprender pronto a estar solos, aunque su llanto nos indique bien claro lo contrario. Dicen que si duermen con las madres les entran deseos incestuosos de realizar el coito con ella (!!) y se psicotizan; los bebés tienen que endurecerse emocionalmente a nuestra imagen y semejanza. Dicen que no hay socialización posible en la saciedad de los deseos. Dicen que la única socialización posible es la de la represión y la de las lágrimas. Que "a los niños no hay que cogerles en brazos", que "saben mucho" y son "muy pillines" y que no se les puede malacostumbrar a lo bueno. La herida sigue así ahondándose hasta los mismos cimientos humanos para convertirse en la Falta Básica, nombre que Michael Balint dio a esa sensación de carencia sin nombre, que constató en todas y cada una de las muchas personas que se acercaron a su consulta durante 5O años de trabajo psicoanalítico.

Como las consecuencias de la represión libidinal son siempre psicosomáticas, y para las dudas que siempre pueden quedar, ahí está la psicología con sus cuentos increíbles para que nadie se de cuenta del verdadero sentido del malestar de las criaturas (ni de las depresiones post-parto de la madre). Los efectos psicológicos de la quiebra del acoplamiento y de la auto-regulación de la vida humana por la represión social, se explican como cualidades innatas; y de esta manera se oculta la condición humana primera, la armonía y el bienestar de ese acoplamiento de los flujos producidos por el deseo. Así dicen que nacemos con un Complejo de Edipo, eróticamente narcisistas y egocéntricos (por eso nos cambian las tetas de verdad por las de plástico), que tenemos un Tánatos innato, que algunas también nacemos castradas (el útero no es un órgano sexual y erógeno), etc. etc.. Las consecuencias psíquicas que la Falta Básica (el matricidio) acarrea quedan enterradas o justificadas. Un poco de esto y otro poco de píldoras para el dolor y la ansiedad que la resignación nos cause. Y más ventas para las multinacionales farmacéuticas, y más clientes y más justificación -más campo de intervención- para los Colegios de Psicólogos. Ya no tenemos por qué preocuparnos. Nos despiezan pero tenemos médicos del cuerpo y médicos del alma, y así funcionan nuestros cuerpos despiezados para mayor gloria y beneficio de las multinacionales, de las jerarquías y, en fin, para el debido cumplimiento del la Ley del Padre. Hasta que vuelva la serpiente (que sigue estando ahí, porque nadie la podrá nunca matar del todo); hasta que volvamos a dejarnos seducir por ella.
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